Josefa

Palma Martín

Pastora evangélica

Josefa nació en Marruecos, en Kenitra. Más tarde se trasladó a Tánger para estudiar bachiller superior, y permaneció allí hasta que se tuvo que marchar con su familia a Rosario, Argentina, cuando tenía dieciséis años.

Fueron años de muchos cambios, de cambios de cultura, de país… Dejó de estudiar, aunque su anhelo era continuar formándose. Pero prevaleció la idea de los gitanos antiguos: “ya eres grande, eres moza, tú ya no puedes seguir estudiando…”. Estando en Argentina tuvo el privilegio de conocer al señor, y se convirtió al evangelio (Iglesia Evangélica), lo que ella describe como un cambio de pensamientos, de mente, de forma de ver el mundo…

Y cinco años más tarde toda la familia se vino a España. “Me asombraba todo lo que vi al llegar, fue una gran bendición. Y como en Granada vivían unas amigas del instituto de Tánger, arrastré a mi familia a la ciudad de Granada.

Mis padres alquilaron una casa, y empezamos a asistir a la Iglesia, y toda mi familia se convirtió. Tengo el privilegio de tener un hermano que es siervo del Señor, yo conocí al que es mi marido, otro siervo del Señor, mi hija está casada con otro siervo del Señor… Somos todos de la Iglesia.

Y esa ha sido nuestra vida desde que conocimos al Señor. Desde jovencitos. Tenía mi marido veintiún años y yo veintidós cuando empezamos a predicar el evangelio. Y tenemos ahora sesenta y dos… Tengo tres hijos y tres nietos, y un cuarto que viene de camino.

Me casé con veintiún años y mantengo mis raíces, mis principios, ahora encaminados en la biblia y en la palabra de Dios. Soy cristiana pero no dejo de ser gitana; una cosa no quita la otra. Mantengo lo bueno y lo positivo de lo que nos enseñan los gitanos, trasladándolo siempre al evangelio.

Nosotros, desde que nos casamos, hemos estado sirviendo al señor, siendo pastores, trasladándonos de ciudad en ciudad, de iglesia en iglesia, llevando la palabra de Dios… desde Extremadura, toda Andalucía… y así es la vida que hemos llevado.

Trabajar en la Iglesia es un trabajo más: tengo mi reunión del culto, mi atención con las hermanas, mi atención con los enfermos… Hay mujeres que vienen a pedirme consejo, y hay consejos que tú puedes dar, de mujer a mujer…

Pero también tienes que compaginar el trabajo de la iglesia con el hecho de ser madre, mujer, compañera, abuela… Además, trabajo en un hotel, de camarera de piso, aunque ahora mismo, por la pandemia, está cerrado. Y, como la mayoría de nosotros, también nos dedicamos al baratillo, que allí acompaño a mi compañero… Todo lo llevo para adelante. Si te organizas bien, y si lo haces con alegría, con buen humor, todo se puede.

Lo mejor del pueblo gitano es el ser personas buenas, el ayudarnos… Normalmente un gitano te ve necesitado, y te lleva a su casa. También el respeto a los mayores, que es fundamental. Porque ten en cuenta que en los viejos está la sabiduría. A mí me encanta escuchar a los viejos… Y es raro, muy raro, que una pareja gitana tenga a su padres viejecicos y los mande a un asilo. Eso, eso no va con nosotros. Normalmente nos ocupamos de nuestros viejos, y mueren con nosotros.

Sí hay cosas en las que me gustaría que la gente gitana cambiáramos: que las madres hicieran hincapié en la forma de educar a los hijos, mentalizarlos para que estudien, y que se pudiese conseguir. Que los gitanos estudiasen, para sacarlos de ese no tener oficio ni beneficio…

De todo lo demás, no cambiaría nada. El pueblo gitano, hoy por hoy se ha integrado bastante en la sociedad, pero bien, bien de verdad. Sin perder nuestras raíces, nuestros principios. Porque en el momento en que pierdas eso dejas de ser gitano.

La mujer gitana puede llegar muy lejos, hasta donde ella se proponga. A mí me gustaría ver a la mujer gitana avanzar, que liderara con sabiduría. Primeramente en su casa, porque es el propósito de toda mujer, liderar su casa. Y después me gustaría ver a médicos, a abogados, gente que, con su profesión, hicieran mucho bien a los demás. Me encantaría que llegaran a tener puestos de relevancia en la sociedad.